«Marmanjos y Psicodelia» Ana Fernández

Febrero 5 – Marzo 6

Marmanjos

Existen en las calles entre ciudades, lineas eléctricas y alcantarillas, cables teléfonicos y tubos de agua seres inimaginables que se alimentan de nuestras lágrimas y heces, semen y desperdicios. Viven de nuestros sentimientos olvidados y resentimientos, de  nuestras triste zas y envidias de los amores no correspondidos y de las alegrías escondidas. Ellos habitan estos entre mundos y existen aunque nosotros no los veamos, o pensemos que no los vemos. Pero a veces los percibimos, en el roce de una falda, en el suspiro de un niño, en la voz de quien no está. Las ciudades están repletas de estos seres que viven y se alimentan lloran y ríen como nosotros. Aquella que pensamos realidad no es una sola plana y chata, es muchas y no imaginarias sino multidimensionales, perceptibles si las dejamos ser, heterotópicas en escencia ya que son otros mundos aqui y ahora entre nos listos para ser gozados si abrimos nuestros sentidos.

Estos seres son en orden de aparición el marmanjo ser baboseante y engorroso, triste y resentido, vago por naturaleza, rojo y peludo, le gusta andar con la chechelenta, gris, hedionda y de un solo seno, sin vagina y por tanto imposibilitada de concebir, llorona y quejumbrosa, el cocozinho un oso botado de alguna cuna, rosado y peludito en partes, que hace buena liga con la chechelenta por llenar la falta de  hijos de ésta, y por último las pandorgas seres de dos cabezas que piensan major que una. Todos estos personajes trajinan una vida de entubamientos y confinaciones también de espacios distintos que los conocidos por nosotros humanos. Hacen buena liga con perros y animales domésticos que los huelen y perciben y de repente se hacen presentes en  nuestras vidas. sin que lo podamos evitar, entonces perdemos las llaves, se nos queman las tortas, nos da diarrea y quedamos confinados a la cama por enfermedades extrañas. A veces los encontramos en las cárceles, últimos habitáculos de los seres que no tenemos a donde más ir. Los he percibido jugando cartas, haciéndose huecos los brazos y las manos gigantes con agujas de heroína, solazándose en sexos desprovistos de amor, reproductivos o licenciosos, o ayudando a morir a algún suicida en busca del último Prozac que despachar.