TEXTO CURATORIAL

Niña Roja es un proceso y es una obra, pero sólo en cuanto que ambos constituyen un proyecto que se desfonda, al menos, en tres direcciones.

Una, hacia la insondable con-moción y so-licitud de una subjetividad particular, la propia de la artista. La segunda, hacia una catástrofe en rigor inabordable (y, de cierto modo, innominable) que, siendo un hecho social, habita, se extiende y rami ca precisamente por debajo de la condición de lo social mis- ma, tal vez relativo a la condición antropológica hoy revelada (y que, en su dimensión monstruosa, en verdad no se deja revelar, más que a condición de un entreverla en lo que tiene de desmesura o tiene de inmensurable), revelación que ha ido a la par con su despliegue a escala planetaria (y no meramente local, aunque sí geo-políticamente asimétrica).

Y, la tercera dirección, hacia la interpelación
al arte mismo y su ambigua capacidad –por lo posibilitante y lo alienante que tiene en su misma na- turaleza– de permitir, de alojar y de soportar la puesta en escena de un acontecimiento que no puede ingresar por sí mismo a la experiencia, y que precisa de un cierto velo para que lo podamos ver, ya que no lo vemos, al menos, en las condiciones de la estructura –¿interesada?– de nuestra habitualidad.

Niña Roja consiste en un proyecto –de carácter exploratorio, procesual y expandido–,
que comienza en 2014. Pero, ninguno de sus momentos anteriores o la actual muestra, en particular, ha querido ser en sí algo acabado ni autónomo; al contrario, cada una de éstos podría concebirse más apropiadamente como una pieza, un punto de asomo y síntoma de una obra mayor.

Aun más, esta suerte de obra mayor no tendría tampoco el carácter de obra sino, más bien, el de un obrar. Además, se trata de un obrar en desarrollo, que habría de entenderse como un estar en camino, vale decir, en procesualidad.

Busca hacer de la investigación social un viaje, uno de compromiso artístico con una experiencia cuya elaboración ha de pasar por el propio cuerpo, sumergiéndose en lo tremendo que ocultamos. Lo que se compromete es prioritaria y primordialmente la instancia de la corporalidad, pero no hacia una mera comprensión, entendimiento o descripción respecto de algo faltante (un desconocido), sino hacia la elaboración de una experiencia cognitivo-productiva precisamente en torno a lo faltante y a su condi- ción de falta. Sólo, entonces, sería válido hablar de una generación de conocimiento, y, en consecuen- cia, se propone concebir lo artístico, precisamente, como uno de esos modos, particulares y contingen- tes, de proporcionarlo.

Todo ello termina desplazando a la propiaartista, de un modo insistente y recurrente, hacia las margi- nalidades del campo institucional del arte, aunque resguardándose ella de no renunciar al mismo.

Fernando van de Wyngard